El puente
Por Lorena Salmón | 11 de abril 2016
Por Cesar de MarÃa
Al final de las guerras, lo más terrible es perdonar.
Perdonar al que nos atacó y construir de nuevo el mundo con él al lado.
Perdonar los insultos, el desprecio, la minimización.
Volver a tender los puentes que la guerra nos hizo volar.
A los europeos les tomó algunas décadas. Igual que a los gringos luego de su Guerra de Secesión.
Pero lo hicieron. Se comieron sus palabras. Se dijeron la verdad, se confesaron lo malo. Castigaron lo que hizo falta castigar. Y se perdonaron. Porque hacÃa falta para poder progresar. Porque mientras nos quede la sangre en el ojo solo recordaremos el golpe y será el pasado el que coloree nuestro presente. Y nos quedaremos ciegos, ante la unión y ante el futuro.
Lo saben las parejas. Saben que están condenadas a separarse cuando siguen rumiando el pleito de hace una semana y que su salvación quizás esté en recordar las risas de hace un mes. Lo saben las empresas, que entierran sus marcas fracasadas para dedicarse a hacer brillar las ganadoras y las nuevas. Lo saben los actores, de quienes siempre recordamos sus buenos papeles y rara vez, con esfuerzo, sus bodrios. Lo saben los desmemoriados y los rencorosos. Hay que perdonar para no sufrir, o al menos hay que intentarlo. No perdonar como tontos para volver a ser traicionados. Perdonar con conciencia, con memoria y con buena intención. Eso ha construido naciones y familias, y eso necesitamos después de enfrentamientos y polarizaciones como las que sufrimos en cada elección. Suena fresa, ñoño, monse, pero el porvenir también suena asÃ. Hay que seguir construyendo. Y el perdón es muy buen arquitecto.