Notas a papá

Y pasó un mes desde que te fuiste. Me diste muy poquito tiempo para prepararme, aunque la verdad es que creo que nunca hubiera estado lista.

Sé que es lo normal que te tenías que ir antes, que los papás se van antes que los hijos, sabía que tendría que explicarle a mis hijas que los abuelos se van primer.

Aún así, no dejo de tener esta sensación de que ahora estoy un poco sola o tal vez la palabra es “desprotegida”. No sé. Es una sensación que no la reemplaza pareja, hijos, amigos… ¡Pero claro, como va a ser! Imposible reemplazarte.

Tengo que aprender a manejar que ya no puedo llamarte para que me animes, para que me pongas en mi sitio cuando lo necesito, para contarte que a Vera se le cayó el primer diente, para decirte que Maia se peló tus galletas del closet, para pasarte las últimas fotos del fin de semana.

 

Pá, siempre me diste palabras de aliento, ese “atrévete” que hizo que yo me mande a hacer ese viaje, a vivir fuera de tu casa, a estudiar algo que nadie más iba a estudiar, a aceptar ese trabajo del que no sabia nada (y a sentirme orgullosa de aprender y meter la pata en el camino).

No solo eso. El día que te conté que estaba embarazada muerta de miedo pero con actitud de “no necesito nada, ya estoy grande y puedo con todo”, tú supiste perfectamente que los necesitaba más que nunca.

El día que me casé, el mismo día que tu pero 36 años después, con tus dos nietas corriendo por todos lados, en pleno brindis nos dijiste que sabías de corazón que estaríamos juntos por siempre y que estabas orgulloso de la familia que somos.

Tu ejemplo de matrimonio, dos personas muy distintas que se quieren mucho, que aprendieron a convivir con las diferencias, a apoyarse en las malas – que siempre parecen más malas de lo que realmente son y por eso no les hacemos caso – está impreso en el mío.

Siempre todos con un mismo norte, todos palante, mañana será otro día, que de todas maneras será mejor.

 

Gracias a que eres como eres, por más que te llevó esta enfermedad de cuernos, no me quedo con un recuerdo de un “final” terrible. Estas semanas de saber que estabas enfermo nos llevó a recordar tantas cosas olvidadas, a decirnos muchas cosas que seguro no nos hubiéramos dicho, a abrazarnos como nunca antes, a vernos todos, todos los días, a vivir cada día juntos con mucha intensidad.

Por ti conocí el verdadero poder de un abrazo. Ese día en tu cuarto cuando todo estaba terriblemente grave y triste, todo el mundo en silencio, me quité zapatos, me metí a tu cama a abrazarte y no me salí hasta 3 horas después de reírnos, contar historias y burlarnos de todo. Ese abrazo larguísimo y poderosísimo capaz de vencer cualquier situación, se queda conmigo.

Te vi vulnerable, te vi llorar por primera vez y muchas veces más después de eso. No por miedo a lo que venía, a lo que pasaba, o por que sintieras algún dolor, sino porque costaba creer que así tan rápido te ibas a ir y estabas preocupado de que todos estuviéramos bien. Porque eres un gozador completo – comamos rico, juguemos full, riámonos mucho. Así pues, no solo tu, nadie quería que te vayas.

 

Te pedí perdón, te perdoné y nos dijimos te quiero muchísimo muchas veces.

Lo más importante, nos dijimos gracias, mil veces gracias.

Tantas cosas Pá, son tantas cosas las que aprendí de ti.

Hace un mes que no estás, pero estás en absolutamente todos lados.

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