Barriga llena, corazón contento

Por Lorena Salmón | 25 de febrero 2016
7 Comentarios

Nací en el Callao pero crecí en Pueblo Libre. De hecho en una casa que no existe más en la Avenida La Mar 1460. Antes lo he dicho pero crecí con mis abuelos paternos con quienes vivimos mientras mis padres la luchaban gota a gota para construir su hogar propio en La Molina.

No recuerdo mucho de mis primeros años de vida ( como me imagino la mayoría) pero atesoro los que se han quedado guardados en mi memoria y muchos de ellos tienen que ver con mi padre y la comida. Sí, antes que existiera Gastón, un joven Jorge Luis Salmón era el rey de los huariques y recovecos culinarios, siempre en busca de lo mejor.

Gracias a ti papi, jamás me olvidaré de los deliciosos mixtos del Hotel Chavín cada vez que parábamos antes de llegar a Barranca. O del mismísimo Tato en el balneario. De los turrones maravillosos de Aurelia  ( que cerró y me mató de la pena) aunque sé que volvieron en otro local hace poco; de Rovegno cada vez que parábamos a comprar una delicia para el postre.

Pero la mejor empanada de carne, el mejor pastel de acelga  y la mejor chicha morada pertenecían a un espacio singular. Cada parada en esa esquina era un destape de felicidad / y sin coca cola de por medio. Les hablo del Italo. Aleph de emociones placenteras.

Sólo ir ahí con mi papá me hacía sentir mega especial y afortunada, sentados en esa barra de fonda antigua con sillones acolchonados. Nunca hemos hablado mucho, pero nunca ha sido necesario. Tenemos un vínculo diferente establecido a mordidas de empanadas, expresiones de Ummm qué rico, y compartiendo tiempo en barras de pastelerías de barrio.

Cuando nos mudamos a La Molina, no volvimos más a ese maravilloso lugar y razón absoluta de felicidad. Rara vez además paso por Magdalena.

No obstante, ayer que visitaba a mi homeópata en San Miguel, me propuse con los 10 minutos de tiempo extra que me quedaban, hacer lo mismo que mi padre hacía conmigo: estaba con mi hijo mayor Horacio y le conté que por aquí, cerca, estaba  ese lugar mágico que compartía con mi papá. ¨Te voy a llevar, le dije¨ y arranqué el carro.

No tenía su dirección, sólo mi instinto y memoria. Así que avancé por la avenida Bertoloto en busca de Italo, obviando el Waze que no lo ubicaba en su radar (cómo puede ser eso posible) y a la antigua usanza: preguntando a los vecinos. Cuando por fin, siguiendo los latidos emocionados de mi corazón, llegué al lugar , vi la carita de Horacio emocionarse feliz. Sí! gritó, llegamos…. nos dimos con la triste sorpresa de que el local estaba cerrado hasta el domingo por vacaciones del personal.

Tomé una foto de la fachada cerrada de pura nostalgia. Esperando que sólo porque yo estaba ahí y quizás diciendo las palabras mágicas, ábrete sésamo, esa reja se abriría y yo volvería a tener seis años y entraría de la mano de mi papi en busca de nuestras clásicas empanadas.

italo

Tags:



7 Responses to “Barriga llena, corazón contento”

  1. Teresa dice:

    Qué lindo Lore, yo también iba allí con mi mamá, nos encantaba la chica del Ítalo. Qué suerte que el Ítalo siga. Recuerdo muchos lugares a los que iba de chica, uno es "La Casa del Cappelletti" en la calle Colmena del centro de Lima. Tenían los mejores ravioles y la mejor salsa de tomate de Lima, jajaja. También me gustaba mucho la cebichería Don Beta, en José Gálvez, Miraflores, qué cebiches. Y para el postre, la heladería Palermo, que creo que todavía está, si no me equivoco en Santa Beatríz o por ahí. Recordar es volver a vivir!!!

  2. Melissa dice:

    Cuando vayas prueba el turrón de Doña Pepa de Italo, es EL MEJOR!!!!!!

  3. Angélica dice:

    ¿Sabrás la dirección?

  4. Nory Rossell dice:

    Lore, Italo sigue siendo lo mejor. Me encantó tu post!!! 🙂

  5. Brenda dice:

    ¡Me encanta! Tienen el mejor profiterol

  6. Claudia dice:

    Me has abierto la caja,de los,recuerdos, sin dudarlo la mejor empanada de carne y la chicha morada mas buena, mmmmmm q rico! Me llena de nostalgia y alegría a la vez. Muchas gracias!

Deja un comentario