Aprender a no ser mamá

Por Lorena Salmón | 16 de diciembre 2015
3 Comentarios

De niña siempre pensaba que una de las grandes maravillas de ser mujer es que pudiéramos ser parte del milagro de la vida y llevar dentro de nosotras y durante nueves meses a nuestro bb y de cuánto quería ser parte de ese milagro «de dar vida» (hoy entiendo que hay varios significados que pueden ajustarse a ello, pero hasta hace no mucho, para mí solo significaba salir embarazada y tener un bebé al que pudiera llamar «mi hijo» o «nuestro hijo»).

El tiempo pasó, termine de estudiar, me iba bien en el trabajo, me casé con un hombre maravilloso. No podía estar más cerca de lo que siempre había soñado: ser mamá. Sin embargo, la vida me tenia planeada una historia con más lagrimas de tristeza que de emoción, por lo menos por el momento.

Salí embarazada y los miedos naturales de toda primeriza me invadieron, pero nunca tuvo miedo a perderlo. Lo perdí. Sentí tanta tristeza, me tomó mucho tiempo superarlo. Una vez superados los miedos más no la tristeza, volví a salir embarazada dos veces más. Las dos veces perdí el embarazo, en una de las pérdidas estuve muy grave. Científicamente, no tenía mayores problemas ni era diferente a cualquier otra mujer. Entonces me pregunté, acaso fue mala suerte? Por qué a mí? Que hice mal? No fue suficiente el dolor de la primera o de la segunda perdida, era necesario una nueva perdida? Que lección de vida de la aprender? Junto con todas esas preguntas sin respuesta, mi corazón se lleno de tristeza, rabia, más lágrimas de los ojos y el corazón, sonrisas de mentira, desesperación, miedos, ninguna motivación. Sin embargo no por eso tenía menos ganas de ser mama.

A lo largo de este camino (para mí interminable) recibí palabras de aliento, frases y muestras de cariño que me ayudaron mucho (la vida manda lecciones de vida duras a quienes pueden soportarlo; tú eres muy fuerte, más de los que piensas; cuenta conmigo para todo; lo vas a superar; eres especial y la vida tiene un plan contigo maravilloso. Ante ellas lo único que pensaba era: me hubiese gustado que la vida no me elija, me hubiese gustado no ser especial y no ser fuerte).

Pero lo más importante que recibí y comprendí de todo esto fue el amor de verdad (el real, no el de las novelas!) de parte de ese hombre maravilloso del que les hable antes; él quien a través de su sensibilidad, tolerancia y comprensión ante cambios de ánimo sin explicación, respeto, cuidados, protección, sonrisas en lugar de llantos (solo para verme bien a mi, postergando lo que el sentía, aún cuando el también había perdido los embarazos. El me hizo entender que no solo yo había tenido las pérdidas, que esas pérdidas eran de los dos porque eran «nuestros embarazos»). Con ello la vida me demostró, que a pesar de todo lo vivido, me dio un gran regalo: mi esposo, mi amor, mi mejor amigo, mi compañero de vida, todo en una sola persona. El con su amor me ha dado fuerzas para evitar preguntas sin respuestas que sólo generan caos emocional, que me ha enseñado que es bueno llorar para liberar y sanar, pero no para reclamar ni resentir; y sobre todo que juntos caminando podemos seguir luchando y no perder la esperanza y la ilusión de vivir porque es probable que en algún momento la vida nos mande el regalo que tanto hemos buscado; pero si eso no sucede nos reinventaremos juntos, porque con hijos o sin ellos, los dos ya somos una familia, y le agradeceremos a la vida la oportunidad de haber sido capaces de descubrir que en medio de tanta tristeza y desilusión, siempre podemos encontrar algún aspectos positivos (nueva forma «de dar vida!»).

Como se imaginan, por el momento, el final de esta historia no es el clásico «…Y logramos salir embarazados y tener a nuestro bebé sanito y felices con nosotros…» Por el momento el final feliz es que después de todo lo vivido, podemos decir que estamos evolucionando emocional y espiritualmente, que estamos crecido juntos y en paralelo como personas y como pareja, que tendremos recaídas pero tendremos también las herramientas para salir adelante juntos de la mano.

Al compartir esta historia con ustedes espero contagiarlos de esperanza e ilusión hacia la vida (que por mucho tiempo yo la había perdido y que ahora ando recuperando de a poquitos) y a perseguir sus sueños a pesar de los grandes baches que se presenten en el camino.

Los dejo con una frase inspiradora:

«All the darkness in the world cannot extinguish the light of a single candle» (María Gautier Esperanza)

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3 Responses to “Aprender a no ser mamá”

  1. MARIA ELENA MUÑOZ GUTIERREZ dice:

    Te entiendo perfectamente. Yo, desde los 12 años, pensaba que la mayor alegría que podía tener en la vida era siendo madre, siempre pensé y sigo pensando que la maternidad es algo alucinante, sentir dentro de tí una vida y luego viendo que sale de tí un ser humano debe ser inenarrable con palabras que le hagan justicia…A mí me operaron a los 28 años, así que desde esa edad sabía que no iba a poder ser madre, felizmente, nunca tuve amargura, alguna vez tuve la esperanza de adoptar pero la vida y circunstancias hicieron que tampoco pudiera hacerlo. Tengo una vida muy feliz, con mi esposo, que también es mi apoyo, compañero, cómplice, etc…viajamos mucho en plan sencillo, él tiene una hija de su anterior matrimonio, la que no siendo mi hija, ha cubierto en parte ese papel. Tengo 4 hijitas caninas a las que amo con locura, mi vida es perfecta!

  2. Karem bustamante dice:

    Q bonita historia …me senti identificada por q a pesar q yo tube una perdida se lo q se siente y tengo un esposo maravilloso q me apoyo mucho y me engrio y aguanto mis penas

  3. Milagros dice:

    Me encanto el mensaje! Las sigo desde el inicio. Gracias por compartir sus lindas ideas y aprendizajes!

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