viajar fuera para encontrarse dentro
Por Lorena Salmón | 17 de diciembre 2015“Todo lo bueno en la vida nace de un salto al vacío” (Alan Moore, guionista y escritor)
¿Qué te puede llevar a dejarlo todo y partir de tu país? Me refiero a renunciar a un interesante trabajo con buena paga, decir hasta pronto a tu familia sobreprotectora y asimilar el hecho de que la relación con tus amigos del alma, inevitablemente con el paso del tiempo, se limitará a algunos mensajes por Facebook. La respuesta: un intenso impulso, una corazonada y sobre todo unas ganas tremendas de dejarme sorprender por el mundo.
Primera parada, Portugal. Unos cuantos días de vacaciones en su capital bastaron para que esta ciudad al borde del río Tajo me embrujara. Estaba desbordada a tal punto que ni bien aterricé en Lima ya me veía de regreso a Lisboa, solo que esta vez sin pasaje de retorno. “Recapacita, darling –me repetía. ¡Fueron va-ca-ci-o-nes! Cualquier mortal sentiría ese mismo deseo de regresar. Pero la vida no son vacaciones, así que ahora solo concéntrate en tu trabajo”. Pero no podía. Al final de esa semana ya me había convencido de que tenía que probarlo, ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no probar algunos meses de vida en otro país aunque sea barriendo calles?
En ese entonces el teleobjetivo apuntaba hacia Portugal, sin darme cuenta que lo que realmente buscaba, ahí bien adentro en la cámara oscura, era experimentar esa vivencia de salir de mi propia zona de confort. Sabes, esa típica frase que dice que “la vida comienza donde termina tu zona de confort”. Justo ahí, fuera de ese espacio ya cómodamente establecido de tu existencia, llegas a otra zona a la que denominan “de aprendizaje”, básicamente un terreno “mágico” donde amplías tu visión del mundo. Lo logras por ejemplo, cuando aprendes nuevos idiomas, conoces otros lugares y culturas, enriqueces tus puntos de vista, modificas tus hábitos o te arriesgas a cambiar de trabajo. Pero claro, no es fácil, y necesitas una fuerte motivación para vencer ese miedo de dejar las cosas ya seguras para experimentar otras que no conoces.
Un 90% de mi ser ya estaba listo para partir al país de José Saramago y Fernando Pessoa. Pero sentía que faltaba algo. Alguna señal ¿sabes? Algo aunque sea pequeñito que realmente me dejara partir sin arrepentimientos ni mayores incertidumbres. Esa misma noche, mientras hablaba con un gran amigo sobre lo que había vivido y confesaba mi intención de probar suerte al otro lado del charco, me robaron el auto. A los cinco días renuncié a mi trabajo, cuatro semanas después ya había armado tres maletas, y durante las últimas 48 horas en Lima me encargué de convencer y prometer a mi familia que regresaría máximo en un año, aunque fuese de visita.
“Home is where the heart is”
Portugal me acogió durante los siguientes 9 meses. Y sí que fueron intensos. Maravillosos, inolvidables, pero intensos. Conocí más de cerca una Lisboa fascinante – la mayor parte del tiempo a pie, y afronté con coraje más de una desilusión. Pero sobre todo, aprendí a desprenderme de las cosas materiales y de las personas. Seguía siendo tan libre como antes, pero esa sensación de libertad ahora era distinta: si había huido de la comodidad de mi hogar y logrado que todo funcione a kilómetros de distancia, ahora sentía que podía hacer cualquier cosa. Por supuesto que me caí en varios momentos y hasta tropecé con mi propia sombra; pero nunca me arrepentí de haber dado tremendo salto. ¿Y sabes por qué? Porque en esos meses aprendí más de lo que incluso hasta ahora he llegado a asimilar. Porque, claro, como la comida, hay situaciones en la vida que te toman más tiempo digerir. Y en esas estamos.
« Evitar los riesgos equivale a renunciar al derecho de experimentar la mitad de las emociones que somos capaces de sentir » (Carl Lewis, ex-atleta estadounidense)
El capítulo final de la bonita Lisboa se cerró cuando conocí a mi pareja, un suizo. Para entonces, ya no busqué ninguna señal para empacar nuevamente y embarcarme hacia otro país (esta vez, créanme, ya no fueron tres sino solo dos maletas). Esa sensación de comenzar otra vez de cero en territorio desconocido en lugar de asustarme me parecía retadora. Solo que ahora, el reto sería compartido y estaba enamorada.
Hace ya un tiempo una amiga me preguntaba si realmente me gustaba vivir en Suiza. ¿Qué ha sido lo que más te ha chocado de estar acá?, me preguntó. Me quedé pensando por unos segundos pero no encontraba ninguna razón realmente firme. ¿El frío en invierno? Le respondí así, insegura, como quien pregunta. ¿Pronunciar correctamente el francés y conseguir un trabajo estable?, le volví a repreguntar. Sin contar lo anterior, que tampoco me quita el sueño, ha sido fácil habituarme. Vamos, estoy un lugar bastante tranquilo… “¡DEMASIADO tranquilo!”, me corrigió hace poco –así, en mayúsculas- un colombiano que vive en Ginebra. Y sí, es cierto, Suiza no es precisamente sinónimo de juerga un día cualquiera de la semana, como podría ser Perú, Colombia o Portugal; pero tiene bastante de arte, mucha naturaleza, buena calidad de vida aunque sea un país caro, pero sobre todo y lo que más valoro: un enorme respeto a la convivencia y al medio ambiente. El reciclaje ahora es mi pan de cada día (papel y cartón; vidrio; compost; aluminio, plástico, etc, etc, etc … cada cosa en su respectivo tacho) y, siguiendo el enunciado “en el país donde fueres haz lo que vieres”, diría que ya estoy metida en ese gran porcentaje de la educada población suiza que dice una media -al día- de 30 Bonjour, 30 Merci, 30 Excusez-moi y 30 Bonne journée/Bon après-midi/Bonne soirée (ya sea a un amigo o a un completo desconocido). ¿Tráfico e inseguridad ciudadana? No, aquí no lo conocen. Aquí el carril de la izquierda se creó solo para adelantar, y el día que perdí mi billetera tuve la impresión que me la devolvieron con alguna monedita de más. En año y medio nunca escuché una bocina ni vi un auto pasarse de largo un cruce peatonal; y claro, los niños van al colegio (público) a pie.
“Uno vive fuera no para descubrir a los demás, sino para descubrirse a sí mismo”. (Leído por ahí, en el diario El País)
Soy por naturaleza pesimista, pero tengo también un carácter camaleónico. Y esto último, una mezcla de flexibilidad y empatía hacia el entorno, ayuda a adaptarse mejor a las presiones que nunca faltan en el camino. Partir a Portugal y luego aterrizar en Suiza no ha sido un acto de valentía (como algunos me dicen), porque se es valiente cuando decides enfrentarte a algo por más que te cagues de miedo. Y bueno, sí, no voy a negar que alguito de miedo hubo, pero las ganas siempre fueron más grandes: ganas de romper mi antigua rutina y aunque suene cursi, darme esa oportunidad de percibir otros panoramas y probarme a mí misma. Ahora, convencida de que ya no dejaré este lugar (porque un suizo –como mi pareja- nunca querrá emigrar de su país) me mentalizo en no perder esa sana costumbre de disfrutar de cada detalle (así no sea algo nuevo), y aunque a veces cueste, convertir las desventajas en retos… porque además no queda de otra.
El otro día, a punto de quedarme dormida, se me vino a la cabeza la interrogante de esta amiga. Y tenía la respuesta, pensaba que si tenía hijos, ellos estarán a 15 horas en avión de su familia materna, y que inevitablemente -ya vi varios casos- hablarán mejor el francés que el español. Pues ni modo, me convertiré en profesora de español a tiempo completo y ahorré lo suficiente para pagar, mínimo una vez al año, los pasajes de avión. Ya casi entre sueños, también pensé con nostalgia en mis amigos, pero concluí que así como con mi familia, esta distancia nos ha unido más de lo que ellos imaginan. Porque lo que más se extraña, más se piensa; y lo que más se piensa, más se quiere… Así, con esa misma intensidad con la que un día te atreves a dar un gran “salto al vacío”.
Tags: inspiración, motivación, viajar
Gracias por compartir tu experiencia! 🙂
Que tengas grandes aprendizajes en Suiza
Lore esto que contaste es tan cierto hay muchas gente que se desprende de su familia por miles de motivos trabajo un empezar de cero que se yo pero la experoencia que ganas fuera el nuevo enfoque que te suma y esas ganas de vivir tan distinto es lo que vale la pena. Un abrazo desde dubai.
Aplausos por la valentía y el desapego. : )