Post parto maravilloso

Por Lorena Salmón | 24 de abril 2017
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Por Margarita González, autora del blog Mala Madre

 

Cuando salí embarazada de Hijomayor creí (de verdad creí) que tooooooodo el pan con tamal y el chicharrón con helado de crema que me había empujado sin piedad durante 9 meses, se iba a ir en el parto. Engordé 25 kilos y estaba redonda y feliz. Fui, di a luz y recuerdo que llevé en el maletín un pantalón de buzo bien grande, suelto y cómodo que tenía, que según yo iba a usar para cuando me den el alta con mi chanchito hermoso. Ya, el pantalón me dijo “va a ser que no”, porque ni siquiera me subía. Aparentemente, había desarrollado otra yo entera entre las rodillas y el poto. Mi mamá ya me había advertido, me dijo que hay algunas diáfanas mujeres que luego de dar a luz se ponen su ropa (la siempre) y se van. Pero que ella (y por lo que matemáticamente había calculado por mi tamaño en el último mes de mi embarazo) y ahora yo, teníamos que embutirnos calladitas en nuestra ropa de maternidad. Así que hice eso y me fui (más sorprendida que angustiada) a casa.

Luego creí (de verdad creí) que tooooooodo el pan con tamal y el chicharrón con helado de crema que me había empujado sin piedad los 9 meses de embarazo se iban a ir la lactancia. Pero nooooooooooo. No solo no se iban, sino que se acumulaban más y más kilos encima de todos esos kilos. Un festival de kilos. Todo esto mientras mis amigas daban teta y se consumían. El ginecólogo, que parecía que había hablado con el pantalón de buzo del que ya les hablé, me dijo que “va a ser que no”. Aparentemente era una de las afortunadas a las que el cocktail de hormonas lactantes la ponía redonda.

La primera meta era por supuesto, estar exactamente igual a como estaba antes de tener a Hijomayor. Mi mamá se reía a carcajadas (ahora, yo también). Rápidamente me di cuenta de que eso no iba a ser posible. Así que empecé a negociar conmigo misma: Ya bueno, no voy a estar exactamente igual que antes de estar embarazada, porque tengo unas estrías que parecen más rayas de cebra que otra cosa. Luego vino: ya bueno, no voy a quedar exactamente igual, sino una talla más. Ya bueno, no voy a estar exactamente igual que antes de tener a Hijomayor, si no con estrías, una talla más, las tetas chorreadas. Y así bajaba y bajaba. Naturalmente nada me importaba, estaba feliz con mi chibolo y bueno, todo eran cicatrices de guerra.

Pero luego bajé la barra de mi apariencia másssssssssssss. Ya olvídate de hacerte manicure, pedicure, cortarte el pelo o cambiar de peinado. Baja másssssssss. Yo salía a la calle en pijama de franela a cuadros sin ningún pudor, pantuflas peludas moradas, moño mal hecho. Básicamente, Doña Florinda era miss universo a mi costado.

Toqué fondo cuando me miré los rulos en las piernas mientras consideraba seriamente no depilarme nunca más. Entonces decidí que iba a ser un plan para ser la persona que era una persona que… se peina y se pone ropa antes de salir.

Me la tomé bastante en serio y empecé. Bueno, primero empecé a llorar comiendo helado, que es lo que siempre hago cuando necesito un plan para cambiar algo. Pero cuando el helado acabó empecé. Dieta, ejercicios, peines, nada muy elaborado. El proceso demoró bastante y no voy a poner fotos porque la verdad ni yo me reconozco. Pero lo logré.

Lo logré solo para caer en lo mismísimo con Gemela 1 y Gemela 2.

La de la foto no es mi panza, pero para que se den una idea de cómo quedé.



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